Berbiriana, libros e grolos en A Coruña
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Francisco León presentó "Reptil con piel de jade", en TEA Tenerife
Francisco León presentó "Reptil con piel de jade", en TEA


Librería Masilva, en el Puerto de la Cruz
Librería Masilva, en el Puerto de la Cruz

Me inunda tu lucha...
Me inunda tu lucha...

«Me inunda tu lucha desde las brisas cautivas en la libertad amurallada»
Esta bella frase de nuestra querida autora Patricia Martín Rivas adorna desde el pasado fin de semana un paso de cebra. Las palabras van a ser pisadas, pero también leídas y pensadas, que no es poco…
Patricia Martín Rivas presentó "Saudade" en Arrebato Libros
Patricia Martín Rivas presentó "Saudade" en Arrebato Libros

Arrebato Libros17 de mayo de 2018
Bartleby&Co, la librería española de Berlín
Bartleby&Co, la librería española de Berlín

Si alguien conoce los intríngulis de la edición independiente en España, es Ana S. Pareja, cuyo nuevo proyecto relacionado con los libros, como no podía ser de otra manera, es una librería de literatura, en español, en Berlín, casi como no podía ser de otra manera, dado el éxodo patrio que allí acontece… El espíritu de la librería: agitador y acogedor al compás de un culto frenesí. Está situada en la calle Bopp, entre Kreuzberg y Neuköln. Además de vender libros también tienen un servicio de préstamo. ¡No te pierdas su castizo vermut!
Dambudzo en buena compañía
Dambudzo en buena compañía

Un artista que se llama Yinka Shonibare CBE ha presentado una obra que ha venido a llamar The African Library, una serie de estanterías donde ha colocado miles de libros forrados de tela encerada de estampados kitenge. Para cualquiera, el kitenge es la típica tela africana, porque lo es, es muy distintiva, claro. Sin embargo, estas telas siempre se han fabricado en Holanda, e incluso se siguen produciendo allí hoy en día, distribuyéndose ampliamente por todo África occidental.
En los lomos de los libros están escritos los nombres de Kwame Nkrumah, Nelson Mandela, Patrice Lumumba, Amilcar Cabral, Nnamdi Azikiwe, Taytu Betul and Funmilayo Ransome Kuti, etc. En la página web de la obra o instalación presentan el listado completo de elegidos.
Entre ellos está presente nuestro querido autor Dambudzo Marechera. Sobre él han escrito lo siguiente:
Nacido el 4 de junio de 1952 en Rusape, Rodesia del Sur, actualmente Zimbabue – Fallecido el 18 de agosto de 1987 en Harare, Zimbabue. Fue un escritor prolífico que ha sido comparado con James Joyce y Henry Miller. Fue el primer y único africano que ganó el Premio Guardian de Ficción. Sus obras más notables son The House of Hunger (1978) y Black Sunlight (1980).
En cuanto a Shonibare. Lo de CBE significa British Order of Chivalry, The Most Outstanding Order of the British Empire, lo cual es fascinante puesto que su obra artística está dedicada a criticar el colonialismo. Pero a nadie le amarga una distinción y la Reina más longeva, a estas alturas, está beyond… En el mundo del arte, Shonibare está reconocidísimo y los principales museos contemporáneos del mundo han adquirido sus obras, en las que utiliza profusamente los citados estampados kitenge, btw.
Una tarde de libros con Marta Sanz. Pregón de Avelino Fierro para la Feria del Libro de León 2019
Una tarde de libros con Marta Sanz. Pregón de Avelino Fierro para la Feria del Libro de León 2019

Le he cedido a los libros gran parte de mi vida. En esa especie de contrato nada tenemos escrito, es un pacto entre caballeros, un pacto de buena voluntad, pero de cuando en cuando me pongo a hacer cálculos y a recordar. Y a anotar en el Libro de Cuentas. Y en el “debe” aparecen muchos días y horas, todas mis deudas: amaneceres y noches sin sentido, leyendo y buscando consuelo. Yo me alejaba de la vida o de cualquier valle de lágrimas gracias a ellos. Me llevaban lejos, podía estar en el cuartucho de una buhardilla de París, o en países de ultramar, o sentado en una nube escrutando el porvenir o descifrando entre líneas un incómodo silencio. De todos esos frutos, goces y rentas he podido disfrutar sin que me hayan reclamado estipendio alguno.
Sí, a veces he pensado –casi de la manera como dice un poeta que ha heredado un árbol sobre la tumba de los reyes– en la desmesura de los libros, como si se tratase de las nubes inconmensurables, y en esa manera sigilosa que tienen de colmar el vacío. Y cómo te advierten de que este mundo aparentemente quieto no cesa de girar. A finales de otoño hay cambios en el aire, y volutas del humo de los fuegos que consumen la hojarasca y motean los restos del pálido verano; el color del bosque rezuma de caprichos y los frutos se corrompen. Eso lo ve mejor que nadie el poeta, el poeta al que lees y que te dice, como Gottfried Benn: “mira esta última hora mendaz, nuestra visión del Sur abovedando el cielo”. Y en la noche sus palabras cual una estrella polar no cesan de orientarte. Ha sucedido este pasado fin de semana, en un puerto del norte. Mirábamos el mar, y yo recordaba los versos finales de Transmisión nocturna, el poema de Elizabeth Bishop:
“Cinco remotas luces rojas
conservan su ruido allí; aves fénix
que arden en silencio, donde el rocío no alcanza”.
También hubo instantes en que, leyendo, un puro presente asolaba mi vida, y hundido entre los versos no quería mirar más allá. Yo leía entonces un poema de Cernuda sobre unos cuerpos en sombra, y el sol desplegaba sus estandartes rojizos sobre el atardecer. ¿Sabéis que a veces, al leer, he conseguido detener el tiempo? Esa maquinaria de ruedas dentadas, poleas y péndulos en la que nacen las horas me ha dejado de importar. Y que antes de que la tragedia ocurriera, que el mundo se detuviera, un arcángel mensajero me ha venido a veces a visitar, a pedirme que no siguiera poniendo palos en las ruedas de la fábrica de la eternidad. Charlamos, y a veces me cuenta que viene de aplacar otras miradas como la mía, de lectores más o menos severos, del que lleva varios días vagando por desiertos de Oriente y por palacios de mármol, de otro que al recordar el poema que comienza “Pero aunque el resplandor de los días pasados / se aleje para siempre de mi vista / aunque ya nada pueda devolvernos la gloria / en la flor, el esplendor en la hierba…” no cesaba de llorar, de un muchacho que remonta el río en busca de plantaciones de algodón, y de otro más que relee constantemente la historia de Hans Castorp que relata Thomas Mann.
Claro que queremos la droga de la lectura para acunarnos, que quisiéramos a veces vivir siempre esa dulce disolución en vano. Pero los lectores entendemos que la vida es otra, que los sueños disfrazan y arruinan la verdad, que la verdad es a menudo la inclemencia de los días, las vergonzosas noches de amor sin deseo y de deseo sin amor. Pero, si lees, todo eso hace menos daño. Puedes ensimismarte en el presente. O en el recuerdo: “Regresa con frecuencia y tómame; / amada impresión, regresa y tómame, / cuando despierte la memoria del cuerpo / y un antiguo deseo vuelva a transitar la sangre…”. Hasta en el sueño –como en el poema de Mandelstam– persiste esa libertad, las velas desplegadas de las naves de Homero y sus espumas te llegan a salpicar.
He dejado parte de mi vida entre los brazos y el susurro de las hojas de papel de los libros. Como suaves amantes han sido; de distintas pieles, tactos y olores. Como vigas que han apuntalado una casa en la memoria; como ojos a punto de quebrarse, como silencios que sigo siempre escuchando, como ondas de agua que se forman al arrojar una piedra en el estanque y que vuelven desde el pasado. Los libros me acompañaron hasta un caserón en Iztea y a la masía de Josep Pla. Gracias a ellos he podido caminar por las calles de Siracusa por las que transitó el divino Platón; o por las de Petrarca, que escribió: “Estoy poseído de una codicia inextinguible… No puedo saciarme de libros […] Los libros nos alegran las médulas, hablan con nosotros, se nos apegan con una viva e inteligente familiaridad”. Estoy tan en deuda…
Seguimos leyendo. Y tras aquellos libros del otoño vino el invierno. Y de nuevo noviembre, para saber que es el mes que más quiere Claudio Rodríguez, porque conoce su secreto, la calidad de su aire, que es canción, casi revelación. Y en ese mes, mucho más al Norte, sabemos por otro poeta que las casas entre el bosque sienten la constelación de los clavos que mantienen unidas sus paredes, y que las ventanas del hospicio brillan como pantallas de televisores. Y que en esos días el recuerdo azuza su pasado más feroz. Siempre en los suburbios hay más fragilidad, la luz mortecina traspasa a veces los muros y sólo el amor y los libros hablan todas las lenguas de los hombres y los ángeles. En el poema está la paciencia y la afabilidad, no es egoísta ni se irrita, no lleva cuentas del mal. El amor no pasa nunca. Poco importa cómo sea. A veces se parece a una canción. Como en el poema de Auden, escrito para el cabaret de Hedli Anderson. Unos nos dicen que hace girar el mundo, que tiene el tacto punzante de un espino o puede que la suavidad de un almohadón. O que puede que cambie nuestra vida, a fin de cuentas. Todo eso está en los libros. Aunque no seamos nada, no queramos ser nada, gracias a ellos tenemos todos los sueños del mundo. Podemos oír al ruiseñor de Keats –el mismo que oyeron el emperador y sus bufones–, o sentir la inseguridad de Rilke al mirar con él el último lugar de las palabras, que están sobre las cumbres del corazón…
Leemos desde la infancia, contra la nada, en secreto, a la luz de una linterna bajo las sábanas. Puede que con el corazón a borbotones o los ojos llenos de lágrimas. Cuentan que habiendo oído de la lectura tantas bondades, un agrimensor incrédulo quiso explicarlo. Estudió, anotó, coloreó, puso cables por nuestras cabezas. Y contó 59 áreas del cerebro que se conectaban con la producción de la inteligencia. Y al ver la televisión cinco de ellas se alumbraban. Y más de cuarenta al escuchar la música. Y todas cuando los ojos se posaban en las páginas de un libro. Eso nos sucedió de niños al leer a Salgari –que murió pobre en el norte de Italia– y al desplegar nuestro mapa del tesoro en el que estaban las playas de La Herradura y el lugar en el que había atracado el barco de Francis Drake. Y le sucedió a Borges, el ciego, que oyó en los libros, bruscamente en una tarde, el ruido de la lluvia que sin duda sucede en el pasado. Y a Gil de Biedma, que sintió la especial sonoridad del aire, siendo adolescente, al dejar el balcón abierto una noche de verano.
Estábamos leyendo y se ha pasado sin sentir la primavera. ¿Veis lo que sucede? El tiempo no importa. Puede que ahora, leyendo, acabemos de dejar arrojándose al tren a Anna Karenina, que leía a la luz de una linterna, como nos dice Ricardo Piglia. Y también a Emma Bovary, que lee para conjurar el presente, o en busca del tiempo perdido. Lee alumbrándose con la pantalla del quinqué. Esa luz de la linterna, dice Piglia, es la metáfora de la luz del lector, del aislamiento del lector en la oscuridad. La realidad está del lado de la lámpara; lo irreal y lo fantástico están del lado del libro.
Pero quizá no sea así en todo caso, porque Rimbaud nos dice haber visto el sol poniente tachonado de horrores místicos, y fermentar los pantanos y archipiélagos siderales. Y lunas atroces y soles amargos. Y yo le creo. Y Larkin, en el poema “Viernes por la noche en el Royal Station Hotel”, ve las lámparas que alumbran pasillos sin zapatos, y papel con membrete hecho para escribir a casa (si hubiera casa) cartas desde el exilio. Y finaliza escribiendo: “Cae la noche. Las olas se pliegan detrás de las aldeas”. Y yo le creo. Y Tranströmer percibe un mundo sordo y una grieta por la que los muertos en el solsticio de invierno traspasan la frontera. Y yo le creo. Porque es así como hasta aquí, hasta cualquiera de nosotros, llega el canto de los muertos. Y podemos volver a lo perdido, a los años encendidos, al despertar de la tristeza, a los ojos de nuestros hijos oyéndonos leer, y saber que ellos vagaban –como lo hicimos nosotros– por mundos fabulosos con una intensidad que nunca fue después igual. Yo también he podido ver –perdonadme– en un día gélido de invierno en mi ciudad, disfrazada de repartidora de Correos, a Susan Sontag y cómo me sonreía, y a Toni Judt saludarme con la mano llena de hollín un poco después; él y yo sabíamos que venía de escribir ese hermoso capítulo “Austeridad”, que está en El refugio de la memoria. Eso sucedió hace ya un tiempo. Como libros leídos han pasado los años.
Así sigue estando mi vida, pactando con ellos, haciendo acopio de briznas o réditos de consuelo para el futuro.
Y se escribe porque se lee. ¿Verdad, Marta? Y hemos conocido y temido a las páginas en blanco. A las horas muriendo mientras buscamos las palabras. Por ello yo también me he atrevido a veces a escribir sobre esta ciudad, sus amaneceres y las rayas lívidas y rosadas de muchas madrugadas, sobre noches ateridas y pájaros en sombra y antenas desplumadas, sobre el ruido de seda rasgada que dejan los coches al pasar cerca de mi ventana los días de lluvia, sobre el murmullo de los edificios y el olor que dejan en algunas habitaciones los cuerpos de los amantes. Sobre los bosques y el vuelo de las águilas. Sobre las nubes, los álamos y la luz, que a veces nos entristece y nos hace añorar los días de ayer. La luz, describir la luz, que es para mí una obsesión.
Y describir otros secretos que están en el aire, remolinos de polvo en un patio donde se esconde un trozo de eternidad. O sobre el tiempo. Que puede manar del cielo –como en uno de los cuentos de Andrzej Stasiuk– derramándose como una miel perezosa y salpicar el caparazón metálico del pavimento. Todo eso podemos dibujar y también mirar a través de los libros. Todo está en los libros.
Yo sé que si leemos sabremos mejor qué quiso decir Blas de Otero en ese hermoso poema que tituló “Parece que llueve”, y escribe que el aire se llena de “ees”, de letras débiles, indecisas, o por qué es posible que don Francisco de Quevedo, retirado con pocos doctos libros juntos, escuche con sus ojos a los muertos. Y hasta nosotros puede llegar la “abigarrada hermosura” del poema de Hopkins, “Gloria a Dios por las cosas manchadas…”.
Aristóteles, oponiéndose a Platón, rehabilitó a la poesía. La literatura y la lectura proporcionan placer e instruyen. El hombre aprende por mediación de la literatura entendida como ficción, como representación e imitación, y en eso se diferencia de otros animales. Recuerda Steiner que el libro es “la vida misma, la sangre de los grandes espíritus”, en la expresión de Milton.
La literatura libera al individuo de su sometimiento a las autoridades –pensaban los filósofos– y es remedio contra el oscurantismo religioso. La literatura y la lectura contribuyen, son el magma esencial en el que crecen y se pueden desarrollar la democracia y la libertad, la justicia y la igualdad. Los libros nos hacen libres. Son nuestra educación sentimental, con ellos se desarrolla en nosotros una personalidad autónoma. Decía Samuel Johnson que la literatura hace a los lectores capaces de gozar mejor de su vida, o de soportarla mejor. Uno, alimentado por la cultura, por las lecturas, puede disfrutar de ese “hálito” del bosque del que habló Wordsworth, como también visitar Saint Sulpice y ver los murales de Delacroix. Ya lo dijeron (y no vamos a tener que avergonzarnos de ello) Montaigne o Bacon: “El hombre culto vive mejor. La literatura contribuye a la vida buena”.
En aquella iglesia yo recordé el París que describe Josep Pla y los elogios al pintor que le hace Baudelaire, y musité la frase del propio Delacroix en sus diarios: “Me pongo a trabajar como los demás corren a casa de su amante…”. Llevaba conmigo esa carga de lecturas, un plano de la zona y una botella de agua. Y sentí no sé si el síndrome de Stendhal o que una emoción que podía palpar me traspasaba. Nos sentimos poseídos y transformados. Un momento cotidiano, o el acto de mirar, se convierten gracias a la lectura en una epifanía. Cum libellis loquor; hablamos con los libros. Y luego volveremos a nuestros asuntos, a esa otra intensidad terrible del vivir. O a la monotonía. De la lectura, de nuestro vicio impune volvemos a la realidad, para estar rodeados quizá de la falta de gusto o de los que hacen cuentas o hablan de que la cultura tiene que ser diversión o espectáculo. Son los imbéciles de los que hablaba Bernanos –citado por Steiner– incapaces de usar con tacto y justeza el poder del que ahora disponen.
Pero tenemos –lo dice Marta– todas esas palabras con nosotros, la cultura, que es herramienta crítica para ver, pensar y actuar de otra manera. Lente de aumento o metafórico adoquín contra el escaparate. Y seremos lectores de papel como zombis melancólicos, pero también lectores severos y beligerantes con la estulticia y la vida que pasa. Y no nos dejamos llevar por otros intereses, estamos en paz con nosotros y en guerra contra la ignorancia. Y es lo único que nos salva. Del desamor, de las rutinas estériles, de la vida y sus migrañas. No sé, así lo siento. Yo, que he cedido a los libros muchos días y noches, gran parte de mi vida. Y puede que hasta mi alma esté ya hipotecada.
Bibiana Candia presentó “Fe de erratas” en Berlín
Bibiana Candia presentó “Fe de erratas” en Berlín

Librería La Escalera17 de enero de 2019
Bibiana Candia presentó Fe de erratas en la librería La Escalera de Berlín, el jueves 17 de enero de 2019. Sergio Campos, que de libros sabe un rato, hizo las presentaciones, ¡muchas gracias!
Fieramente Independientes 2018
Fieramente Independientes 2018

Hemos pasado el verano en la refrescante iniciativa de la Librería Gil de Santander, la muestra Fieramente Independientes, dedicada a las editoriales ídem. Así que hemos podido ronronear y rugir junto a proyectos de la talla de Satori, Blackie Books, Hoja de Lata, Errata Naturae, Impedimenta o Capitán Swing.