«¿Mi idea de felicidad absoluta? Leer» —David Bowie

Tenía que empezar a escribir y encontrar cierto tono. Dice Piglia que el tono no es el estilo, es la relación del que narra con la historia: puede ser una relación apasionada, puede ser irónica, elegíaca, distante.

En "Contra tiempo", de Avelino Fierro (Éolas Ediciones)

Puede que un día nos enfrentemos a un poeta cuya obra, sin saber muy bien en virtud de qué adherencias espirituales, opera sobre nosotros una irremisible devoción. Al principio de un modo sesgado, que nos inquieta y nos saca fuera de nosotros mismos, dejándonos en un estado de cierta confusión sensible. Pero que nos quede claro: no es otro el sentido real de la experiencia poética, salir de nosotros mismos. Al volver más tarde sobre esa obra, percibimos las energías de nuevos matices. Tal vez un temblor eléctrico recorre las páginas, entra por nuestra mirada y prefigura en la mente una imagen que, aunque borrosa al principio, logrará formar con el tiempo un territorio nuevo e inexplorado, un territorio mental que de algún modo ya estaba antes en nosotros, sólo que sin configuración visible, sin relieve, sin textura, es decir, sin construcción lingüística, y que ahora ha sido iluminado por una luz ajena. Se trata del paisaje nítido y abierto hacia la profundidad ontológica que la poesía —como la oquedad insondable de la que hablaba Parménides—  despliega en la superficie de la vida, del mundo, de nosotros. De ahí que no pocos poetas hayan llegado a la conclusión de que la poesía propone una operación metafísica cuyo fin —si es que podemos hablar de fines en la poesía, cosa que dudo— no es otro que dar forma a lo invisible, otorgándonos en cierto modo un acceso a espacios para los cuales nuestra vista no estaba preparada.

En "Oculto oficio", de Francisco León (Ediciones Franz)

Por miedo, Max lleva de paseo a un gato por la sala de lectura. Se llama Óscar. La dueña de la casa, la difunta tía de Max, adoraba a Wilde y siempre pensó que Óscar era claramente un nombre de gato. No es que yo esté de acuerdo. Sólo digo lo que dejó escrito en su testamento. Quien haya visitado alguna vez una sala de lectura que lleva mucho tiempo abandonada sabrá que es imprescindible recorrerla con un gato en brazos. Pues bien, nosotros no lo sabíamos.

En "El pie de Kafka", de Bibiana Candia (Editorial Torremozas)

Al cabo de unas horas, encontré el vídeo de su discurso. Mientras subía lentamente al estrado y empezaba a hablar, creo que Aira recordó el rencor que le tenía al premio. Al hecho de que no se lo hubieran dado a Borges se unía que se lo hubieran dado a él, algo que, inevitablemente, los diferenciaba. Uno no lo había ganado; el otro, ahora sí. Estoy convencido de que Aira prefería pertenecer al exclusivo grupo de los que no lo ganaron, entre los que están sus más admirados escritores del siglo XX: Borges, Proust, Kafka y Joyce. Alargó el silencio, quizá porque pensó en decir todo esto, aunque al final acertó a pronunciar: «Este premio termina con mi reputación de escritor de culto, pero el dinero es un consuelo. Gracias».

En "César Aira gana el Premio Nobel", de Sergio Vázquez (Ediciones Franz)

¿Quiénes son esos que envuelven tu cuerpo con burdas pieles cosidas? ¿Quiénes son esos que te acuestan sobre las candentes arenas? No los reconoces aunque algo en ellos te sea familiar. Como si adivinaras los rasgos de un rostro conocido tras una máscara. Temes el dolor. La quemadura. Con el instinto de un animal aterrorizado en la maleza. Pero tu cuerpo ya no siente, no padece ni goza, no siente ya para el dolor ni para el placer. Ni para el golpe de un puño ni para la caricia de una última mano.

En "De la tiniebla", de Melchor López (Editorial Asphodel)

Dices que quieres decirlo todo, escribirlo todo, hacer un libro tan espacioso y diverso como el mundo; hacer, en fin, un libro que sea el mundo, igual a tu ambición y tu deseo. Pero yo voy más allá: quiero dejarlo todo fuera, quedarme tan solo con un hilo de voz, dos o tres palabras que dibujen vagamente un lugar desde el que ver el mundo y decir lo que veo: un ángulo de visión, una perspectiva, apenas dos líneas que confluyan en el horizonte, donde son invisibles.

En "Perros en la playa", de Jordi Doce (Oficina de Arte y Ediciones)

Délfica se queda mirando mis ojos, lee mis pupilas y pasa dentro, se mece dentro de ellas: siento una caricia que no tiene que ver con lo físico. Délfica dice que tengo que tomar un poco de Logos si quiero saber alguna cosa.

En "Signos herméticos de una nueva melancolía", de Alfonso García-Villalba (Ediciones Franz)