Que el poema no alcance nunca lo que, en el deseo de la escritura, era asomo de belleza es la sentencia que pende sobre el quehacer poético. [...] Aunque la visión del mundo no se reduzca al territorio de la isla, como es el caso de los poetas presentes en Californias perdidas, nunca deja de ser la isla su territorio más frecuentado.
Fernando Martinho Guimarães
El signo insular
Una exquisita muestra de poesía azoriana, de Antero de Quental a Emanuel Jorge Botelho, que abarca más de 150 años de creación lírica e incluye a Natália Correia, Vitorino Nemésio, Pedro da Silveira y hasta doce autores del archipiélago, seleccionados por Melchor López y Urbano Bettencourt.
De la traducción se ha encargado un elenco de poetas canarios, algunos curtidos en el Taller de Traducción Literaria que fundó Andrés Sánchez Robayna en la Universidad de La Laguna; el propio Robayna participa como traductor junto a Miguel Martinón, Juan Noyes Kuehn, Alejandro Krawietz, Francisco León o el mismo Melchor López, entre otros.
La sintonía anímica entre las dos tradiciones poéticas, la canaria y la azoriana, se hace patente en el famoso «signo insulado» que caracteriza a ambos «mundos abreviados». El sentimiento del mar como límite, «un psiquismo melancólico», escribe Melchor López en el prólogo, «atravesado por las herrumbrosas rejas de la lejanía y de la soledad», la isla como obsesión y lugar sitiado, el horizonte como expectativa, etc., provocan que la poesía esté anclada al paisaje, irremediablemente, y esto estimula la lucidez de la autoconciencia o el vuelo de la imaginación. El signo insular se hace más brumoso y extremo aún en el archipiélago azoriano; desde allí, la calidad literaria de estos autores viene a «fertilizar nuestra lengua poética».