Cenamos mi marido y las chicas sobre las ocho. Mi marido hace unas tirillas, no, unas tortillas buenísimas. Las hace con las luces de la cocina apagadas, salvo la de la campana que Jorge nos puso hace poco. Alguna vez he ido al baño y he mirado. Esa penumbra es tan mágica. Cuando mi marido, ya están las orillas, no, las tortillas, a cenar, nos avisa, mis hijas y yo nos levantamos, apagamos la tele y nos levantamos. O sea, se apaga el fuego, se apaga la tele.
Cenamos mi marido y las chicas sobre las ocho. Mi marido hace unas tirillas, no, unas tortillas buenísimas. Las hace con las luces de la cocina apagadas, salvo la de la campana que Jorge nos puso hace poco. Alguna vez he ido al baño y he mirado. Esa penumbra es tan mágica. Cuando mi marido, ya están las orillas, no, las tortillas, a cenar, nos avisa, mis hijas y yo nos levantamos, apagamos la tele y nos levantamos. O sea, se apaga el fuego, se apaga la tele.
Fabuloso y cotidiano
Diversos son los universos, fantasmales si se quiere, que explora Veíamos arder y no era el fuego, este curioso libro de libros: los universos laborales, los urbanos, los familiares y aquellos más luminosos, si cabe, los de la infancia. Escritos recientemente por el autor tinerfeño Antonio Martín Sosa (1972), en estos relatos muchos de los personajes conducen un Seat 850 o comentan algún
capítulo de Verano Azul pero, más allá del tiempo que les toque vivir, comparten el destino de no saber comenzar nada en sus vidas, y si logran iniciar algo se olvidan de los puntos finales, por lo tanto, algunos cuentos carecen de principio o final…